viernes, 18 de julio de 2008

El superpoblado universo del señor Y Griega

Uno de los postulados heredados en la navaja de Ockham prohíbe la multiplicación inútil e incesante de entidades más allá de las absolutamente necesarias. Este principio de economía ontológica estará presente en filosofías como las de Willard van Orman Quine. Decimos que la ontología se ocupa acerca de qué clase de cosas hay. Para quienes saben gustar de paisajes desérticos se trata entonces de delimitar qué tipo de cosas existen.
Quine pone en la base de su ontología dos ideas rectoras expresadas en sendos slogans. El primero de ellos “ser es ser el valor de una variable” indica el criterio del compromiso ontológico como examen acerca de qué tipos de cosas hay según una teoría. Las afirmaciones que una teoría haga del tipo “hay entidades x tales que…” se comprometen con las entidades que recorren las variables ligadas por los cuantificadores existenciales ∃xFx, existe un x tal que ese x tiene una propiedad F. Así, las variables ligadas cargan con el peso referencial. La paráfrasis trata de eliminar los términos singulares (y las descripciones definidas que las reemplazan), en apoyo de las variables cuantificadas, puesto que “lo que decimos con ayuda de los nombres se puede decir en un lenguaje que evite completamente los nombres”: los nombres no pueden realizar compromiso ontológico alguno. El compromiso ontológico respecto de la existencia se hace a partir de lo que una teoría dice que hay. Y una teoría se compromete con las variables que están ligadas: sólo dice lo que una teoría afirma que hay (no acerca de lo que hay en general) siempre y cuando esta teoría sea verdadera.
El segundo slogan “ninguna entidad sin identidad” introduce sus cánones de admisibilidad ontológica: aceptar no otras entidades que aquellas que cuentan con adecuados criterios de identidad. Los criterios de identidad suponen condiciones para que cosas de un determinado tipo sean idénticas (no hay entidad sin el mismo). De esta manera, con este criterio no pueden ser admitidas entidades intensionales tales como significado, propiedad, proposición, relación (la inadmisibilidad de ciertas entidades abstractas conduce a la polémica Strawson-Quine) ya que las mismas no presentan un adecuado criterio de identidad, sino que apelan más bien al significado de una cosa como criterio de su individuación.
En Acerca de lo que hay (Desde un punto de vista lógico), Quine enfatiza: “Creo que nuestra aceptación de una ontología es, en principio, análoga a nuestra aceptación de una teoría científica, de un sistema de física, por ejemplo: en la medida, por lo menos, en que somos razonables, adoptamos el más sencillo esquema conceptual en el cual sea posible incluir y ordenar los desordenados fragmentos de la experiencia en bruto”. Y es contra esta simplicidad que atenta aquel señor Y Griega, el gran multiplicador de entidades en su superpoblado universo.

(sin revisar)

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